El Sistema de Orquestas Juveniles e Infantiles de Venezuela
Hasta hace unos años, afirmar que Venezuela era el centro musical más importante del mundo podía considerarse una impertinencia, por no decir una herejía. Sin embargo, según lo afirmase en 2004 una de las autoridades culturales más veneradas de nuestro tiempo, el director británico y cabeza de la Filarmónica de Berlín, Simon Rattle, este país suramericano no era menos que la cuna de un paradigma artístico y pedagógico cuya onda expansiva estaba cambiando los fundamentos básicos de la educación musical. Aun cuando tal fenómeno había estado operando exitosamente por casi 30 años, y con una nada despreciable trayectoria internacional, las palabras de Rattle elevaron el llamado milagro venezolano hasta nuevas alturas. Desde entonces, con fundamento en los logros que había cosechado por casi tres décadas, el Sistema de Orquestas Juveniles e Infantiles de Venezuela —conocido usualmente como “El Sistema”— se ha convertido en un referente global de participación cultural, democratización de las artes y acción social a través de la música, siendo la punta de lanza de un movimiento que hoy toma por asalto a más de 50 países. ¿Pero de qué trata tal fenómeno y por qué razón marca un parteaguas en el riguroso mundo de la música académica y del desarrollo humano?
A principios de los años setenta, un visionario oriundo de los Andes venezolanos, José Antonio Abreu, se vio contrariado por la ausencia de oportunidades e incentivos para músicos locales en las orquestas sinfónicas del país. A la luz de esta dificultad, Abreu decidió formar una agrupación que ofreciera un espacio riguroso para el cultivo del género clásico y capturase el talento de una clase artística emergente, repleta de jóvenes portentosos y sedientos de experiencia profesional. Abreu optó por fortalecer las capacidades de estos músicos —y de tantos otros mucho más novatos— mediante la práctica colectiva de sus instrumentos, concibiendo a la orquesta como una comunidad de intereses que superaba sus propios fines musicales.
Más allá de ser simplemente una construcción circunstancial, formada para atender una agenda de conciertos, la orquesta era una estructura social viva en la que sus integrantes lograban formarse musicalmente y experimentar las bondades de la vida en comunidad. Enfrentando frontalmente al status quo, Abreu logró remover al estudiante del tedio y presión de las lecciones solitarias para insertarlo en una estructura distinta, desligada de su sentido más tradicional, dispuesta con el propósito de incentivar un desarrollo artístico de altísima factura. Bajo esta nueva figura, el músico cumplía cabalmente con su objetivo artístico en la orquesta, mejorando su desempeño gracias a un proceso colectivo de aprendizaje y retroalimentación, y vigorizando su sentido de solidaridad, compasión y empatía.
El nuevo modelo de Abreu no solo demostró que era posible optimizar la enseñanza de la música a través de la práctica grupal, sino que las artes servían también como un catalizador del desarrollo humano y una herramienta poderosa para la reducción de la pobreza. Luego de años de funcionamiento, El Sistema dejó ver que su aproximación a la música provee oportunidades culturales únicas y muy valiosas a poblaciones vulnerables, cuyo aprovechamiento redunda en ganancias enormes para estos grupos: mejor desempeño escolar, mayor autoestima y capacidad de discernimiento, y el reforzamiento de vínculos intrafamiliares y comunitarios.
Al estar permanentemente expuestos a la disciplina y belleza de la música, y al espíritu de concertación que ésta reproduce al interior de los ensambles del programa, sus beneficiarios —especialmente los niños— encuentran en la orquesta una fuente de estímulo que les permite reconocerse y valorizarse como partes de un engranaje, de un sistema, en el que su presencia es fundamental y necesaria. Por otra parte, esta práctica orquestal le permite al niño descubrir sus habilidades musicales, aprender de sus pares, impartir conocimientos, desarrollar su capacidad estética, y cultivar la paciencia, la tolerancia y el sentido de la perfección. En este ambiente, donde conviven estudiantes de distinta procedencia, religión y origen étnico, el niño crea una nueva imagen de sí mismo, se reinventa a la luz de los retos diarios, y queda a merced de sus aspiraciones y sueños. En El Sistema, como bien lo indican siempre muchos de sus maestros y funcionarios, no existen los imposibles; y es en esa máxima donde reside precisamente el principal motor del logro y de la superación.
Para Abreu, la clave del éxito del programa estriba en el cambio de actitud que favorece en sus estudiantes. Citando a la madre Teresa de Calcuta, insiste en que la peor dimensión de la pobreza es aquella que condena al individuo a la irrelevancia, a una vida sin consecuencias. El Sistema, indica Abreu, altera positivamente las percepciones que estimulan la pobreza espiritual, atacando así uno de los factores centrales de la vulnerabilidad social y abriendo a sus beneficiarios un catálogo infinito de posibilidades personales y profesionales. En función de este abordaje, el programa no persigue exclusivamente que sus beneficiarios se conviertan en músicos profesionales, sino que encuentren en la experiencia orquestal un punto de origen para el cambio, a partir del cual puedan enfrentar la vida de un modo diferente y procurarse un futuro más próspero en otros campos.
Esto último no busca sugerir que El Sistema pierde la mirada sobre el rol protagónico de la música en estos procesos de transformación y, por el contrario, enfatiza que su calidad debe ser superior, especialmente cuando se trata de los que menos tienen. Así, quienes deciden hacer una carrera al interior del programa tienen a su disposición la mejor infraestructura y capital humano posibles. La notoriedad internacional de algunos de sus egresados —Gustavo Dudamel, Diego Matheuz, Edicson Ruiz, Manuel López Gómez o Christian Vásquez, solo por citar algunos— y de sus orquestas más visibles —la Sinfónica de la Juventud Venezolana Simón Bolívar o la Teresa Carreño— demuestran la importancia que El Sistema otorga a su programa de formación académico musical.
Empujar esta labor titánica ha implicado un respaldo financiero sostenido del Estado venezolano y otros donantes extranjeros a lo largo de sus 37 años de existencia. Si bien el programa ha recibido contribuciones significativas de parte de países desarrollados, organismos multilaterales y el sector privado, 90% de los gastos operativos de El Sistema provienen de fondos públicos. Ese 90% no representa tampoco una contribución menuda, considerando las dimensiones cada vez mayores de esta iniciativa: en la actualidad, aquel proyecto que inició con apenas 15 jóvenes en un estacionamiento de Caracas, cuando Abreu reunió al primer grupo de pioneros y fundadores de El Sistema, es hoy la red pública de orquestas y coros más extensa del mundo, con casi 450.000 beneficiarios, 300 centros de entrenamiento (o núcleos), alrededor de 800 orquestas, coros y grupos de distintos géneros musicales, y aproximadamente 3.500 empleados y maestros. Estos números, sin embargo, no son nunca conclusivos. El Sistema se asemeja a un gran árbol cuyas ramas crecen constantemente gracias al abono de sus propios egresados y de las comunidades en las que opera, dando frutos en los lugares más remotos del país. Según los últimos registros del programa, se sabe que también atiende poblaciones indígenas, niños discapacitados, y reclusos en varios centros penitenciarios del país, en alianza con organizaciones de la sociedad civil, instancias locales de poder popular, y gobiernos regionales y municipales.
La utilidad pública de las artes y su rol como agente de cambio han sido reconocidos ampliamente en numerosos países, traduciéndose en una serie de mecanismos que promueven la cohesión social, inculcan valores ciudadanos, fortalecen la identidad patria, y cultivan la sensibilidad estética. El Sistema ha sido un vehículo claro para alcanzar estos objetivos en Venezuela a lo largo de casi cuatro décadas, independientemente de las mezquindades políticas y de los desafíos del contexto doméstico que le sirven de telón de fondo. Ha operado, además, como una de las pocas estructuras institucionales en el país que zanjan efectivamente las brechas entre políticas sociales y culturales, y que inspiran un modelo alternativo de desarrollo con vocación global. No obstante, por sobre todos los factores que justifican el éxito de El Sistema, destaca la transformación que procura en las almas y psiques de sus cientos de miles de beneficiarios. Y es que Abreu no descubrió con el programa una metodología estática para cultivar gustos sofisticados en la infancia menos favorecida, sino que consiguió la combinación alquímica que permite a los niños y jóvenes descubrir su potencial para el cambio, la innovación y la creatividad, siendo además lo más esencial y revolucionario de este modelo. Esa y ninguna otra es la verdadera razón que redefine los límites de lo posible.
***Imágenes usadas en este artículo: 1. Detalle de la foto del Sistema Nacional de Orquestas Infantil y Juvenil en Venezuela en concierto. 2. Detalle de foto en concierto. 3. Detalle de foto en concierto en La Vega, zona popular de Venezuela. 4. Detalle de foto de prácticas musicales en Haití. Todas las fotos fueron realizadas por Frank Dipolo en el 2012. 4. Video del Danzon No. 2.
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