¿De qué dependerá que la adaptación de un libro al código cinematográfico sea feliz o fallida? Pues depende de un fantasma. Del respeto y el cariño sincero que el cineasta le guarde al espíritu de la obra. Es evidente que no se trata de que las palabras del libro sean traducidas literalmente por medio de imágenes y sonidos al discurso audiovisual, ya sabemos –como bien lo han dicho los italianos con su traduttore traditore- que la traducción tristemente está estrechamente asociada con la traición. En esa traducción hay mucho que se pierde, mucho que cautiva en el papel pero que luego decepciona en la pantalla. Así que la obra cinematográfica parece exigir su propia autonomía: me parezco a la obra literaria en la que me inspiro pero definitivamente soy distinta, soy una obra nueva.
Son muchas más numerosas las adaptaciones fallidas o infelices que aquellas que logran hacer honor al espíritu de la obra original. Y, aunque muchos críticos especializados hayan considerado que la versión cinematográfica de La invención de Hugo Cabret de Martin Scorsese (inspirada en el libro de Brian Selznick) es una película digna de ser encajada en el primer grupo, yo soy de los que opina que tiene razones de sobra para merecer su entrada en el grupo de las buenas adaptaciones fílmicas. Sucede con las películas dirigidas para niños lo mismo que aplica a los libros de la literatura infantil y juvenil: una buena obra para niños y jóvenes es, al final, una obra buena para todas las edades. Quizás esta fue una de las razones por la que el libro recibiera la Caldecott Medal en 2008. Brian Selznick, en su momento, había dicho que su libro no era una novela ni un libro de imágenes, ni una novela gráfica, o un libro animado o una película, que era una combinación de todas esas cosas. Scorsese entonces tomó todos esos discursos y planteó uno nuevo, en 3D.
El gran Martin Scorsese, autor de películas tan afamadas como Taxi Driver, Toro Salvaje, Los infiltrados y Casino, incursiona en el cine dirigido a niños con La invención de Hugo Cabret (2011) y demuestra no solo que es un grandísimo cineasta (que eso ya lo sabíamos) sino que es también un magnífico lector. De esos lectores que se apodera de la historia original que le cautiva, pero que renuncia a hacerle una simple adaptación cuadro a cuadro o fotograma por fotograma. Scorsese nos ofrece su visión libre y auténtica del libro y que por momentos se parece un montón a las ilustraciones y atmósferas que ofrece la novela, pero en otros momentos se deja llevar por su propia mirada, se separa del papel y logra constituirse en una obra nueva, personalísima. Como si el cineasta se señalara a sí mismo con el dedo y nos quisiera dejar bien claro: “así lo veo yo y así lo complemento con mis propios ingredientes para ofrecer un nuevo platillo”. El espíritu de Hugo Cabret, ese fantasma entrañable que habita en el libro de Selznick, primera novela en merecer la medalla de honor Caldecott en el 2008, también conforma la esencia de esta película recientemente nominada a los premios Oscar.
Es importante remontarse a los orígenes del cine, no solo porque La invención de Hugo Cabret aborda el tema de la vida y obra de George Méliès (uno de los primeros y más prodigiosos magos de la historia del séptimo arte), sino porque hay algo en esos orígenes que deberíamos rescatar. El cine nace en el seno del vaudeville, en esos locales nada elegantes donde las chicas bailaban cancán, donde se bebía absenta y donde el pintor Toulouse Lautrec dibujó los afiches que luego se hicieron tan famosos. No nace como arte, tampoco como un medio para educar o ideologizar. En sus inicios, se trata de algo extraordinariamente parecido a un espectáculo de magia. Un truco para abismar, para sorprender, para emocionar, igual que un mago que partía en dos a su asistente con una sierra o a un escapista que se libraba de sus cadenas y candados desde el fondo de una pecera. Años más tarde es cuando se instaura y difunde esa mirada reverencial sobre el cine para entonces hacerlo sinónimo de arte, de mecanismo para adoctrinar o transmitir propagandas y valores, o como un mercado que busca entretener para obtener ganancias masivas. Sin embargo, hubo un mago rebelde, uno que siguió insistiendo –y a eso dedicó su vida y obra- al considerar que el cine era un tipo de magia: George Méliès.
Méliès fue todo un pionero de los efectos especiales. Es el padre del cine fantástico y de ciencia ficción, un brujo noble que buscaba hacer nuevos hechizos por medio de trucos que nunca antes había sido posible ejecutar. Méliès nos hizo viajar a la Luna y al fondo del mar, se tomó la molestia de colorizar a mano cada fotograma para que las películas dejaran de ser en blanco y negro, nos enseñó que la gente podía desaparecer por medio del montaje y que a los selenitas se les puede aniquilar de un paraguazo en caso de que se pongan violentos. El gran George se gastó hasta el último centavo para poder hacer sus películas, pero fue un artista incomprendido, un autor que estaba haciendo un cine del futuro para el que los hombres de su tiempo no estaban aun preparados. Fue tan incomprendido que acabó por deslastrarse de todas sus películas y de toda la utilería con la que contó para hacer sus prodigiosas obras de arte. Y, fue así, lleno de frustración y en bancarrota, cuando en 1925 decidió abandonar el cine. Se reencontró con Jeanne d'Alcy, una de sus principales actrices, y con ella se ocupó de montar un quiosco de juguetes y golosinas en la estación de Montparnasse. Allí mismo, años más tardes, fue reconocido por Léon Druhot, director de Ciné-Journal, quien lo rescató del olvido.
Y esa, la del rescate del olvido, es una metáfora esencial para comprender La invención de Hugo Cabret. Es el verdadero espíritu entrañable que habita en la obra literaria de Selznick y también en la película de Martin Scorsese. Este film es un homenaje al cine y también acaba siendo una hermosa reflexión sobre su naturaleza perdida. ¿Qué es el cine y para qué sirve? La respuesta que parece sugerirnos Selznick resulta idéntica a la de Scorsese y también a la de Méliès: es como la magia, aparentemente no sirve para nada pero precisamente por eso sirve para todo o para casi todo. Es el espacio donde la fantasía, los sueños y las invenciones más imaginativas irrumpan en nuestra realidad. Que vaya que no es poca cosa.
Algunos aficionados de la obra de Scorsese se han sentido defraudados o confundidos por su incursión en este universo de la cinematografía para niños. “Ese no es el gran Martin Scorsese, necesitamos que vuelva a hacer las películas a las que nos tiene acostumbrados”. Pero me temo que al pensar así se equivocan, pues La invención de Hugo Cabret es una de las películas más congruentes y personales del gran “Marty”. Desde 1990, Scorsese lleva junto a unos amigos una institución llamada The Film Foundation, organismo encabezado por Martin que se ha dado a la tarea de velar por la conservación, restauración y exhibición de películas clásicas con el fin de que no sean olvidadas, y la gente de nuestros tiempos tenga acceso a ellas. En fin, para que a esas joyas del pasado no les ocurra lo que a Méliès. Algunos de los involucrados con The Film Foundation han sido Clint Eastwood, Francis Ford Coppola, Robert Altman, Steven Spielberg, Woody Allen, George Lucas y Stanley Kubrick, Wes Anderson, Ang Lee y Peter Jackson.
La invención de Hugo Cabret sirve de excusa entonces para reflexionar y ofrecer una mirada particular sobre algo que preocupa fundamentalmente a algunos autores: el cine tiene que rescatar su condición de sinónimo de magia. También sirve como un llamado de atención: hay que volver nuestras miradas sobre los autómatas (la invención de Hugo y su padre es un autómata que dibuja escenas memorables de las obras de Méliès), porque ellos también son los portadores de ese encanto perdido que deberíamos rescatar, criaturas fascinantes de los tiempos en los que los hombres hacíamos máquinas imposibles que supuestamente “no servían para nada” pero que nos daban licencia para soñar. Y, finalmente, tanto el libro como la película (dos gemas que no tienen desperdicio) nos están metiendo el dedo en el ojo para que pensemos y repensemos la importancia de construir un canon personal: ¿a quiénes nos gustaría rescatar?, ¿quiénes son los olvidados que deberíamos volver a tomar en cuenta para que la historia los reivindique y los coloque en el sitial de honor que se merecen?
La tarea es de todos. Selznick, Scorsese y Méliès por lo visto nos están invitando a ser más que testigos. Nos toca a todos buscar en los sitios más recónditos, en esos quioscos atestados de juguetes, golosinas y cositas menores que “no sirven para nada o que la gente ya olvidó”. El fantasma que habita en La invención de Hugo Cabret nos está esperando allí para que lo rescatemos y pueda así hacer de nuevo su magia.
***Imágenes usadas en este artículo: 1. Foto original de George Mèlies en su quiosco de juguetes (1928). 2. Fotograma de la película Hugo de Martin Scorsese. 3. Ilustración del libro La invención de Hugo Cabret publicado por SM.
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