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Foto del escritorElena Camón

La hierba más verde

Actualizado: 18 ago 2021


En otro tiempo, cuando era profesora de literatura, sabía enseñar a mis alumnos a hacer comentarios de texto, lo que no imaginaba es que tenía que llegar un día en el que una alumna me pediría a mí un comentario. Y no es tarea fácil, por cierto. Pero he recibido carta blanca de la autora, Olalla Hernández, para expresarme con impunidad de esta nueva publicación de A buen paso, y así lo haré, porque todo relato se transforma en el corazón de cada lector, especialmente si encierra un secreto.

Así digo que, cuando abrí este libro por su primera página, antes de poder saber lo que me iba a ir contando, recordé ese momento de la infancia, cuando de pronto aparecía la belleza sin haber avisado y nos hacía comentarios. El corazón de la infancia, para comprender las cosas, no necesita de muchas palabras, pero sí que tienen que ser certeras; el corazón de la infancia, muchas veces, tiene recovecos aterradores y viaja por ríos profundos cuya oscuridad un niño no puede expresar, pero que comprenderá si se lo explican; y al final, y eso es lo justo, acabas llegando al valle encantado.

De modo que estamos delante de un cuento de palabras certeras desde su principio, y aunque enseguida quieres desentrañar el enigma que estas encierran -así como su imagen reflejada en un plato mágico-, ya aceptas que te vas a distraer por un tiempo, como se distraen los niños, cuando algo muy bonito concentra su atención de tal manera que sólo lo perciben instante tras instante, olvidando en el disfrute de lo inmediatamente anterior. Es así, como en esta historia empieza a contarnos el último “Érase una vez” que nos lleva, embobados con su lengua, a esa aventura atrevida.

Todo trascurre con las esperadas dificultades para la princesa valiente, hasta que llega a las puertas ¿del sueño?, que, como en los mejores relatos infantiles, no se pueden cruzar sin contraseña. Eso lo saben todos los escritores. Desde los que creyeron que el vocablo idóneo se descifraba por la escritura automática, a los que hablaron de las puertas de Moria; de los que hallaron la llave de plata a los que repetía ábrete Sésamo. Y nadie cree en las contraseñas con tanto fervor como quienes de verdad las necesitan, los propios niños. Pero no la encontrarán si les escamoteamos las palabras importantes: vida, lucha, viaje, muerte.

Lo cierto es que ningún verdadero cuento ha hablado de cosas que no fueran esenciales para nuestra equipación como viajeros de esta vida. Curioso que en este relato, la estética de las ilustraciones de Nafría estén vinculadas al cine mudo, en blanco y negro, dando la sensación de una historia antigua, siempre contada pero jamás repetida. Las fotografías, intervenidas como parte de una herencia de Mèlies y su cine de ciencia ficción en 1900, nos cuenta el viaje de esta princesa en medio del silencio. Cuando la princesa encuentra la palabra clave todavía le queda por hacer, pero eso es sólo cuestión de tiempo si ya has llegado al sitio. Y no me parece casual el sitio de este cuento. Boca: lengua, paladar, úvula, laringe; la cueva de los sonidos; cuando miras al mundo y te parece tan maravilloso que no lo puedes ni decir y, aún así, lo que más deseas es decirlo y vale la pena ir tras el origen de tus propias palabras. Es allí finalmente donde nace la hierba más verde y, después de llegar y abrigar tu casa con ella, es cuanto te darás cuenta de algo que intuyen los niños y decía William Blake: “en mi principio está mi fin, y en el fin mi principio.”

Por eso la muerte dejó su guadaña donde siempre había estado, junto al plato cuyas sombras son el final del cuento. Y es también por ello que recuerdo la contraseña que aún está en mi boca y que me fue revelada el día en que osé salir a este mundo, sólo armada de indómitas palabras: ese mapa del tesoro con el que todos los niños merecen ser equipados.

***Imágenes usadas en este artículo: Todas las fotografías en blanco y negro son del libro La hierba más verde realizadas por Nafría, editado por A buen paso.


1 comentario

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1 comentário


Joan Rafols Galimany
Joan Rafols Galimany
21 de jan. de 2020

Que lejos la niñez. cuanta ensoñación perdida. Que leves huellas de nuestro paso hecho de surcos en la arena. Como recuerdo aquellos atardeceres en Badalona. Elena profesora de literatura y de vida. Gracias por tu esplendida prosa. Un abrazo

Aquestos dies confosos reclamen bonhomia i amistat. Aquesta pell de brau cal recosir-la una vegada més. Hauràs vist que fallen els signes de puntuació. Sóc un pessim mecanograf

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