Durante la 68ª Edición de la Semana Internacional de Cine de Valladolid, tuve la oportunidad de ver The sweet east y Gasoline Rainbow, dos largometrajes que Javier H. Estrada, responsable de programación del certamen, presentó como grandes exponentes del auténtico cine independiente estadounidense contemporáneo. Un interesante diálogo se puede establecer entre las antitéticas representaciones de una juventud perdida que proponen ambas road movies. Dos coming of ages episódicos ambientados en la América post-Trump y construidos a partir de los encuentros con diversos y memorables personajes secundarios.
La estimulante, entretenida y divertida comedia surrealista The sweet east, ópera prima de Sean Prince Williams, fue estrenada en la Quincena de Realizadores del Festival de Cannes. El filme, retrato satírico del desquiciante zeitgeist estadounidense contemporáneo, cuenta la historia de Lilliam, una joven descontenta con su pareja que decide huir de su insatisfactorio viaje de fin de curso en Washington. Inicia así un transgresor periplo por numerosos estados de Norteamérica, en los que se encuentra con variopintos personajes (desde engreídos supremacistas blancos, hasta estrafalarios cineastas, pasando por una secta islámica de adoradores de la música electrónica), que le presentan sus heterogéneas y disparatadas perspectivas de la realidad.
La protagonista está interpretada por una hipnótica Talia Ryder (secundaria de lujo en la emocionante Nunca, casi nunca, a veces, siempre de Eliza Hittman), que mantiene constante su mirada perdida ante las inverosímiles excentricidades de los personajes. Desde un exageradamente reprimido Simon Rex (ex-actor porno brillante y lleno de carisma en el Red Rocket de Sean Baker), pasando por una hilarante Ayo Edebiri (actriz de Bottoms y The bear) hasta un inadvertido Jacob Elordi (el unidimensional Elvis Presley de la Priscilla de Sofia Coppola). A través de su actitud, Lilliam expresa una posición de abierta receptividad, desprejuiciada y despolitizada, como tabula rasa neutral. Su juventud es la de una persona en proceso de construcción, que se adapta pasivamente a los estímulos que recibe.
De igual manera, el apartado audiovisual de la película, aún manteniendo la coherencia general con la cámara al hombro, los 16 milímetros en que está rodada, etc.; se contagia del espíritu de los personajes con los que se cruza la protagonista. Es decir, a cada personaje secundario le corresponde una puesta en escena diferente. Así, por ejemplo, un vídeo creado y montado por un problemático artivista anarquista punk invade toda la pantalla cuando este aparece. O, en el episodio dedicado a los dos cineastas, se presenta una apuesta frontal y estática, para que se mantenga una coherencia visual con la cinta de época en blanco y negro que dichos directores ruedan. Y la propuesta formal vuelve a cambiar en presencia de un académico de extrema derecha, habiendo un cuidado diseño de producción y numerosos fundidos encadenados de imágenes de la naturaleza bucólica, dos recursos que encajan con el tradicionalismo romántico del trumpista. Estas variaciones dotan a la propuesta de una gran libertad estilística, que evoluciona desde un íntimo número musical rupturista de la cuarta pared, hasta secuencias animadas, pasando por cambios en la banda sonora.
A dos butacas de distancia, en la proyección en el Teatro Calderón de The sweet east, estaban sentados Bill Ross IV y Turner Ross, directores de Gasoline rainbow, que celebraron animadamente con vítores y aplausos el trabajo de su colega. Gasoline rainbow, estrenada en la Orizzonti de Venecia y vencedora de la sección Punto de Encuentro de la SEMINCI, se encuentra todavía más a los márgenes de la industria hollywoodiense que The swee east, plagada de conocidos actores y habiendo trabajado Sean Prince Williams como director de fotografía de filmes indies (en algún caso, al más puro estilo de Sundance y producidas por A24) como Good time, Tesla, Her smell, Funny pages, Zeros and ones, etc.
Siguiendo la estela de su Bloody nose, empty pockets, los hermanos Ross hibridan en Gasoline rainbow la ficción y el documental para filmar un naturalista viaje en furgoneta, tren o barco de cinco adolescentes de Oregón. Su objetivo es celebrar el fin de sus estudios de secundaria, así que deciden dirigirse a la Costa Oeste estadounidense para ver el Océano Pacífico. Tony Abuerto, Micah Bunch, Nichole Dukes, Nathaly Garcia y Makai Garza son los actores no profesionales que encarnan las versiones semificcionales de sí mismos y que desvelan, a través de sus bromas, gestos y testimonios más explícitos, su situación marginal y contrahegemónica. Autodefiniéndose como weirdos incomprendidos, algunos intérpretes / personajes confiesan y recuerdan emocionados sus auténticas y traumáticas experiencias de racismo institucional, de deportación de sus familiares o de convivencia con padres alcohólicos.
Los Ross crearon las condiciones materiales en el rodaje para que estos momentos inesperados surgieran. De este modo, los jóvenes no son tratados como una fuente pasiva de receptividad, al contrario que en The sweet east, sino que son el objeto que ha de ser escuchado y recibido de la manera más realista posible, comprendiendo a los incomprendidos. En propias palabras de los realizadores: “Decir que nos propusimos filmar un retrato generacional implicaría que tenemos autoridad sobre esa generación, y no es el caso. Lo que sí teníamos era una fuerte curiosidad de escuchar a esta nueva juventud que se encuentra creciendo en un momento en el que pareciera que el mundo se desmorona. ¿Quiénes son los chicos que están por alcanzar la mayoría de edad en este momento pospandémico de tanta discordia internacional? ¿Cómo se sienten? ¿Todavía tienen esperanza? ¿Buscan la aventura? ¿Cuál es la frontera y cuál es el límite para ellos? ¿Qué sueños persiguen? Nosotros no íbamos a imponer nuestras respuestas personales a todos estos interrogantes, pero sí esperamos que los jóvenes encuentren la película y la sientan como algo que les pertenece. Para nosotros, Gasoline Rainbow fue hecha desde un amor muy genuino por este período de la vida que es la adolescencia en general, y desde una curiosidad por este momento en el tiempo tan desconcertante."
Pueden leer la entrevista completa en RollingStone.
Lejos de rendirse ante su precariedad, los adolescentes de este largometraje, entre Easy rider de Dennis Hooper y Dazed and confused de Richard Linklater, mantienen una actitud vitalista, humanista y confiada, acercándose a otros excluidos de la sociedad que, lejos de ser hostiles (salvo excepciones), les acogen con bondad y los brazos abiertos. Los planos generales exteriores empequeñecen sus conflictos, puesto a que destacan lo minúsculos que son los personajes ante la inmensidad del desierto o los gigantes molinos de viento. Pero la enorme belleza de las composiciones también les sitúan en una posición de armoniosa admiración de su entorno. Estos planos, más sostenidos, son contrapuestos a la solidaria intimidad enérgica de las secuencias dentro de la furgoneta.
Por otro lado, para reflejar la profunda libertad de los caracteres, los directores hacen uso de una anárquica diversificación formal, con cambios aparentemente arbitrarios de la imagen digital a la analógica o de las filmaciones extradiegéticas a las rodadas por los actores desde su móvil, así como insertos de instantáneas, aceleraciones de secuencias o montages de zooms de las señales del camino. De igual manera, en lo sonoro, transitamos de pasajes sincronizados con lo visual a llamativos contrastes; escuchamos una banda sonora original de Casey Wayne McAllister con temas de blues, jazz, country o puramente electrónicos; y disfrutamos con los personajes de gran variedad de temas desde Guns N´Roses y Enya, hasta The Notorious B.I.G. y Shakira.
En definitiva, los Ross, lejos de representar una juventud pasiva y neutral, dan cuenta de su espíritu activo, aventurero, lúdico, desacomplejado, comprometido y profundamente empático. Y aunque su película llegue a resultar un tanto reiterativa o anodina en su falta de originalidad y simplicidad argumental, política y temática, es de celebrar su aproximación a la realidad retratada y su honesta creación de un ambiente crepuscular, el de unos jóvenes heridos que conciben su viaje como el último antes de iniciar su edad adulta. Una nueva etapa esperada con temor e incertidumbre, pero también con la consciencia del posible desvanecimiento de su libre espíritu de juventud experimentado y disfrutado hasta el último momento.
Muy interesante, se aprecia saber la intención de los directores para con cada proyecto, cambia la forma de verlos. Un análisis muy completo.