JOMSHUK, NIÑO Y DIOS MAÍZ
Adolfo Córdova
Amanda Mijangos y Armando Fonseca
Castillo
"Una vez,
de la selva
nació también un llanto fuerte
como el aullido del mono,
como el chasquido de mil chicharras,
como el olor de un animal muerto."
Así nace Jomshuk, de la selva; es parte de una naturaleza llena de vida, sabiduría y violencia. Por eso su madre, sin tener qué darle de comer, lo hizo bolita en un metate para lanzarlo al río. Un pez lo devoró hasta que por orden del mismo Jomshuk, cuya voz nunca perdió, termina de nuevo en el río y al cuidado de unos viejos brujos. Antes de ser niño. Mucho antes de ser dios.
Este poema no es solo la construcción literaria de un autor, sino de la cosecha de distintas voces de una comunidad en la selva de Veracruz. El arte de este poema es que recoge la trascendencia de la tradición oral y juega con la forma de la palabra. Ofrece el criterio del autor y una sinfonía hermosa de voces de los lectores que pueden ofrecer su propio ritmo, su propia identidad y alimentarlo de referentes. Jomshuck termina siendo un pequeño héroe, pero también un viaje coral en el que el lector, mexicano o no, decodifica la obra para habitar en ella. Es un hermoso y delicado ejercicio literario que rinde un sentido homenaje a la palabra, en el fondo y la forma, así como a la memoria.
Uno de los mejores textos que leímos este año.
Las ilustraciones, por su cuenta, son potentes imágenes en acuarela que comparten el universo prehispánico, la fuerza de la selva que arropa, con el constante juego infantil de las sombras y las máscaras. Sutiles a veces, como en los detalles de las yemas de los dedos al inicio de los capítulos, metáfora de la identidad propia del libro.
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