Los dos Goyas obtenidos este año por la adaptación cinematográfica de Arrugas (el de guión adaptado, realizado por el mismo Paco Roca, y el de mejor largometraje de animación) en la gran gala del cine español, vienen a consolidar una certeza que ya teníamos casi todos sus seguidores: Paco Roca es lo más parecido que tenemos a una estrella dentro del cómic español actual.
Una historia geriátrica, protagonizada por un grupo de entrañables abuelitos que se rebelan ante su terrible enfermedad, ha conseguido conquistar el afecto, no solo de los miles de lectores que se han acercado al cómic (por encima de los 50.000 en todo el mundo), sino ahora también el de los críticos y espectadores de la gran pantalla. Sin duda, Arrugas bien lo merece, como dejan ver los numerosos galardones que la obra ha obtenido desde su primera edición francesa en 2007, entre los que se cuentan varios premios en los salones de Barcelona, Lucca y Madrid o el Premio Nacional del Cómic de 2008.
Estamos ante un trabajo sensible, inteligente y con una admirable elaboración técnica. Uno de los grandes méritos de esta obra es el de haber sido capaz de aportar una visión verosímil, honesta y respetuosa acerca de un tema tan sensible como el del Alzheimer, sin caer nunca en la sensiblería melodramática. Arrugas emociona, pero lo hace porque la construcción narrativa que sostiene sus páginas es equilibrada, y al mismo tiempo audaz y llena de recovecos; porque sus páginas recogen una galería de personajes cargados de vida y pálpito humano; y su historia se apoya en un estilo gráfico ágil, descriptivo y, por momentos, brillante.
Estilísticamente, Roca siempre se ha movido dentro de una línea clara ligeramente caricaturesca, elegante y detallista: una suerte de afortunado cruce entre la sobriedad de Jacobs, el dinamismo expresivo de Franquin y el trazo desenfadado de la Escuela Bruguera; las dos líneas franco-belgas filtradas por la mirada de un valenciano que siempre se ha declarado admirador de Ibáñez y los suyos (a los que homenajea en El invierno del dibujante).
La elegancia clásica de su estilo es, sin duda, una de las señas de identidad de la carrera de un autor quien, por otro lado, se ha movido con comodidad en toda suerte de géneros viñeteros: desde la recreación histórico-biográfica (la de los dibujantes de la Editorial Bruguera en la recién señalada El invierno del dibujante), a la aventura fantástico-surrealista de El juego lúgubre(protagonizada por un Dalí delirante), pasando por la reflexión humorística autobiográfica de sus planchas dominicales para Las Provincias, recogidas en Un hombre en pijama o la crónica viajera a dos manos que realizó junto a Miguel Gallardo en Emotional World Tour. Paco Roca se maneja con soltura en todos los géneros y sus obras son siempre reconocibles más allá de su indiscutible personalidad gráfica. El caso es que, independientemente del género o la historia que aborde, en sus páginas se reconocen casi siempre una serie de motivos recurrentes (tanto temáticos como puramente visuales) que vertebran su obra, dotándola de homogeneidad y una personalidad única.
Uno de ellos es el que sugiere la dualidad realidad-ficción, que se manifiesta incluso en sus obras más realistas, a través de la recreación de las ensoñaciones y fantasías de sus protagonistas (como sucede en Arrugas), la recurrencia a paisajes oníricos (muy presente en Las calles de arena) o incluso mediante el desplazamiento a los planos de la demencia y de la ilusión (El juego lúgubre). En una entrevista reciente, Álvaro Pons comentaba a propósito de este punto que “ese aspecto de enfrentamiento entre la realidad e irrealidad aparece incluso en El invierno del dibujante, donde el personaje de Escobar refleja esa lucha entre la utopía de un sueño y la realidad de la situación real”. A lo que el mismo Paco Roca respondía que “en el fondo buscas historias así, los personajes son perdedores que, de alguna forma, están huyendo de una realidad que no les gusta y buscando un sueño”.
Efectivamente, y esta es otra de las marcas de identidad del autor valenciano, las obras de Paco Roca están casi siempre protagonizadas por antihéroes o, mejor dicho, héroes de andar por casa (en pijama), perdedores y supervivientes del día a día. Incluso sus trabajos más humorísticos, como Memorias de un hombre en pijama, están cargados de cierto cinismo decadente (autorreferencial en algún caso, pero casi nunca autoindulgente) y un toque de acidez resignada, que funciona como un mecanismo de protección de los personajes ante una realidad que en ocasiones se antoja tan hostil como la de un asilo de ancianos o una editorial independiente sin futuro.
En otras ocasiones, ante el desespero, no vale otra cosa que la contemplación morosa del paso del tiempo y el silencio. En eso Paco Roca es también un maestro: el dibujante maneja las elipsis y las transiciones mudas con la pericia de algunos maestros de la narración contemplativa, como el japonés Jiro Taniguchi o el estadounidense Chris Ware. Las pausas narrativas y las secuencias mudas de sus cómics, funcionan, en este sentido, como un símbolo del aislamiento, o de la resistencia paciente ante un futuro que se sospecha desesperanzado y cuyos recorridos parecen no conducir a un punto de destino determinado más allá de la soledad individual (Las calles de arena).
Para apoyar esta serie de motivos y variaciones temáticas que venimos comentando, Paco Roca recurre en bastantes ocasiones a un uso simbólico del color, al juego cromático como herramienta expresiva con la que trasmite sentimientos y atmósferas. Es el caso de Arrugas, por ejemplo, en el que los tonos otoñales (colores pastel, naranjas, azules y ocres) consiguen comunicar con eficacia la decadencia existencial de sus protagonistas.
El recurso es más evidente aun en El invierno del dibujante, donde la España gris y parduzca de la postguerra española se alterna con las escenas de los flashbacks, mucho más luminosas y veraniegas (colores amarillos y anaranjados), en los que aquel grupo de artistas soñadores (los extraordinarios Carlos Conti, Guillermo Cifré, Josep Escobar, Eugenio Giner y José Peñarroya) pensaron que podían liberarse del tiránico yugo editorial de Bruguera y crear su propia línea de tebeos… Sueños abocados a un fracaso que se dibuja en gélidos azules invernales.
Pese a todo, la comodidad con la que Paco Roca se mueve en un espectro genérico y temático amplio, su sensibilidad a la hora de crear personajes honestos y su riqueza de recursos gráfico-narrativos, solo explican en parte el reconocimiento multitudinario que ha obtenido en los últimos tiempos. ¿Quién llega a entender los vericuetos de la fama? Quizás debamos conformarnos con aplaudir el que, por una vez y de forma multitudinaria, el mundo del cómic en español vea reconocido el talento, en este caso en la figura de Paco Roca, y entonar aquel brindis lorquiano (como hace Escobar en una de las viñetas de El invierno del dibujante, aunque esperemos que con más éxito profético que el suyo), para que “…nunca se apague tu alta lumbre”.
***Imágenes usadas en este artículo: 1. Detalle de la portada del libro Arrugas (2010). 2. El póster de la película animada Arrugas. 3. Portada del libro Memorias de un hombre en pijama. 4. Viñetas del libro Arrugas. 5. Viñetas del libro El invierno del dibujante. Todos los libros del autor fueron editados en español por Astiberri.
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