
En este vídeo compartimos las quince series recomendadas del 2024
Actualizado: 18 ene
En este vídeo compartimos las quince series recomendadas del 2024
Actualizado: 11 ene
Es difícil escoger mis 12 momentos cinéfilos favoritos de entre los más de 200 largometrajes que he visto de este 2024. Pero, de tener que elegir, este itinerario fílmico ha de empezar irremediablemente por la que ha sido, sin duda, mi experiencia cinematográfica del año.
Tras negar a conocidos y familiares que este año iba a asistir a la Semana Internacional de Cine de Valladolid, en un repentino arrebato decidí reservar un hostal para pasar tres noches en el festival. ¿La razón? El anuncio de que proyectaban The brutalist (Brady Corbet), la colosal epopeya norteamericana de 3 horas y media de duración (intermedio incluido), que relata el auge y caída de un arquitecto brutalista judío que, huyendo de la Europa de posguerra, se encuentra con los males del elitista capitalismo voraz en Estados Unidos. Las hiperbólicas alabanzas que recibió en Venecia la cinta, rodada en Vistavision (70mm), me hicieron entrar al pase del ampuloso Teatro Calderón y sentarme en la primera fila de la sala con el nerviosismo de quién sabe que va a ver una de las películas del año. La emoción era acrecentada por las insistencias de los acomodadores en que no se podía sacar el móvil y por descubrir a mi lado a dos oscarófilos a los que sigo y aprecio, que me comentaron que desde Madrid llegaban buses llenos de cinéfilos deseosos de vivir este momento. Y la emoción se convirtió en abrumadora con la primera escena: una obertura marcada por un plano nunca visto de la Estatua de la Libertad invertida. Una exhibicionista secuencia que apuntaba al discurso del filme sobre el falso mito de la libertad (“Nadie es más esclavo que el que se tiene por libre sin serlo”, como diría Goethe), en un sistema capitalista que llena de impunidad a los enriquecidos, a pesar del maltrato que ejercen.
Desde la primera fila, me sentí invadido por la expresividad de unas imágenes brutales que se abalanzaban sobre mí y que no podía dejar de mirar con la boca abierta. Imágenes tan enraizadas en el clasicismo como aparentemente experimentales y novedosas. Imágenes cuya fuerza se multiplicaba dada mi posición en la sala (pegado a la gran pantalla), haciendo que los contrapicados proliferaran en demasía y que los personajes se inclinaran hacia mí con una superioridad inapelable. Así se magnificaba ante mis ojos (y oídos) una obra grandiosa en ambiciones y dimensiones, una subyugante y entretenida épica íntima a lo largo de décadas que me impactó especialmente cuando, en su arriesgada e incómoda segunda parte (“El núcleo de la belleza”), el horror y el mal más desazonador y cruel emerge desde las sombras. Un impacto que llegó a sus más altas cotas cuando una persona, (probablemente) impresionada, se desmayó en su butaca y la película tuvo que pausarse para permitirle salir de la sala. El silencio, sepulcral, daba cuenta del respeto, tanto a la situación, como a la obra totémica que estábamos contemplando.
Protagonizada por un Adrien Brody en estado de gracia y con un monumental diseño de producción que disimula su limitado presupuesto, el largometraje exige ser admirado y adorado. Sin embargo, la distancia moral me fue insalvable, pues Corbet apunta hacia un sionismo, un irresponsable utilitarismo y una cierta misoginia que, hoy, resulta difícil de tragar. Esta fue una de las razones que hizo que The brutalist estuviera lejos de ser mi película favorita de entre las vistas en Valladolid. En su lugar, fue una propuesta mucho más modesta la que robó mi corazón.
Minutos antes de que Brady Corbet recogiera su galardón a la mejor dirección en la Mostra de Venecia, la coreógrafa y cineasta judía Sarah Friedland agradecía su premio a la mejor ópera prima condenando el genocidio en Gaza y los 76 años de ocupación. La película por la que fue merecedora de tal reconocimiento fue Familiar touch (crítica completa aquí), un detallista coming of old age que, reivindicando la importancia de los cuidados, retrata con luminoso humanismo y tierna naturalidad el proceso de envejecimiento y adaptación a un entorno desconocido, como es una residencia de ancianos. Se nos cuenta la historia de Ruth, una mujer cuyos sentimientos y subjetividad compartimos, a la par que entendemos las disonancias que las personas que la rodean tienen con respecto a su modo de significar su realidad. Encomiable me pareció cómo el filme evita transformarse en un lacrimógeno relato del declive trágico y despersonalizador de la demencia, para tender a mantener intacta la dignidad, arrojo y entereza de un personaje cuya vida no deja de estar plagada de pequeñas alegrías.
Con pasajes de evocadora sensorialidad y una atención precisa a la gestualidad y expresividad de la cotidianidad, la cinta está cargada de conmovedores gestos cinematográficos que hicieron de Familiar touch la película más bella de cuantas pude ver en Pucela. Allí estuvo Sarah Friedland, quien, en un animado coloquio, desveló los orígenes del filme, así como el laudable proyecto de elaboración de talleres de actuación y cine con ancianos y cuidadores que le permitió entender los ritmos de esta población. Tras la proyección, una compañera del MUSOC y yo nos acercamos ilusionados y emocionados a felicitar a la directora por su trabajo. Me alegra pensar que este primer contacto contribuyó a la facilidad que tuvimos para programar esta irrenunciable película en el certamen asturiano.
Pero, este año, más allá de la SEMINCI, fue la Zinemaldia el festival en que viví las más memorables experiencias colectivas en una sala de cine. La primera fue la que presencié en la sesión de Anora (Sean Baker, crítica completa aquí) en el Teatro Principal de Donosti, lleno de caras conocidas del cine español. Experimenté allí una sensación de entusiasmo y entrega generalizada similar a la que, un lustro antes y en el mismo festival, había sentido en la proyección de Parásitos. Un filme que acabó llevándose el Oscar a la mejor película tras hacer una carrera relativamente equiparable a la que está siguiendo Anora (desde la Palma de Oro de Cannes y el tercer puesto del premio del público en Toronto, hasta ser la favorita en los premios de la crítica, pasando por que en Estados Unidos la distribuye NEON), lo que me ha dado muchas alegrías, como seguidor acérrimo de la temporada de premios. Deseo con todas mis fuerzas que la última cinta de Baker repita la hazaña de Bong Joon-ho.
Y lo deseo porque Anora es una obra maestra tan luminosa como desoladora, tan ligera como política, tan divertida como profundamente triste. Baker vuelve a dirigir su mirada comprensiva y desestigmatizadora hacia personajes que, desde los márgenes de la sociedad estadounidense, intentan alcanzar un sueño americano que acaba por resultar inalcanzable. Dividiendo la película en tres segmentos, Baker nos permite acompañar muy de cerca a la protagonista en su viaje desde la ilusión inicial, hasta el desencantamiento progresivo, pasando por la desconcertada confrontación. Análogamente, el espectador pasa del videoclipero festín de frivolidad y hedonismo inicial, al doloroso drama discursivo y realista que se va imponiendo paulatinamente, sin olvidar, en el segundo acto, la screwball comedy más hilarante.
Y es en esta segunda parte cuando el largometraje conquista. Baker entiende el enorme potencial humorístico del barullo, el desacuerdo y el enfrentamiento, y diseña una divertidísima set piece de más de 30 minutos, donde, mediante el slapstick, estridentes diálogos superpuestos y la comedia de situación, cada personaje es reducido a su modo particular de reaccionar ante la persistente y gritona protagonista. Uno se disculpa, el otro la recrimina; uno se muestra desconcertado y lleno de estupefacción, el otro expresa una firme convicción monosílaba; uno tiene parsimonia conciliadora, el otro improvisa celeridad represora. Los choques son tan inevitables como las carcajadas que provocan. Es, sin ninguna duda, mi secuencia cómica favorita del año.
A San Sebastián llegué cansado tras un viaje nocturno en bus en el que fui capaz de dormir apenas una hora. Sin sitio en el que recostarme, dado que el check in del hostal en que me alojaba era tardío, pasé mi mañana inaugurando el festival en el cine, viendo un par de exposiciones y redactando mis primeras críticas para la cobertura en directo, desde la sala de prensa. Tras comer eché una siesta muy exprés para aguantar las siguientes cuatro sesiones de la tarde. Sin embargo, me cuestionaba si iba a tener la suficiente concentración y claridad mental para soportar la proyección de medianoche que me esperaba en el Teatro Victoria Eugenia (lo que supondría dormir solo 4 horas, esa noche). Preocupado, intenté regalar mi entrada a algunos de los espectadores circundantes, pero mi proposición era recibida con hostilidad. Me decidí a entrar a la sala y a marcharme a mi habitación si el sueño podía conmigo. No pude tomar una mejor decisión. Nunca este año he estado tan despierto como viendo The substance (Coralie Fargeat, crítica completa aquí).
Y quizás a ello contribuyó un público deseoso de pasárselo bien (“sois mejor que la cafeína”, dijo la presentadora del pase), que vitoreó con fuerza los excesos de este glorioso baño de abyección como crítica feroz y antídoto ante los opresivos y misóginos cánones de belleza normativos. A través de una simple premisa de ciencia ficción (una sustancia que produce una segunda versión más joven, bella y perfecta de quien la consume), la película desarrolla una alegoría de ese patriarcado que excluye, deshecha y convierte en monstruo a cualquier persona que se aleje de un ideal cada vez más inalcanzable.
Lo que verdaderamente me sacudió de la propuesta fue la audaz, enérgica, visceral e impactante puesta en escena de Fargeat, con un estilo muy marcado. Un dinámico montaje que mantiene un ritmo imparable, un maquillaje memorable que da cuenta de los cambios corpóreos de la protagonista, unas sobresalientes actuaciones que trabajan la expresividad de la impulsividad, una vibrante e inmersiva banda sonora techno, un sonido que amplifica cada mínimo ruido para convertirlo en atronador, un heterogéneo aprovechamiento de un artificioso, impoluto y saturado diseño de producción.
Con un gran uso del plano detalle, la cinta juega con las repeticiones de la rutina para generar un marcado contraste entre el desenvolvimiento en el mundo de la protagonista y de su doble. Y aunque Demi Moore se expone hasta niveles insospechados, es Margaret Qualley, la doppelgänger de la función, la que logra hacer creíble tanto la identificación entre ambos personajes, como sus sucesivos distanciamientos. Hasta el punto en que estos sean irreparables, y a la película solo le quede entregarse a la violencia y acción más gore, festiva y catártica.
Pero la experiencia de La sustancia (cuya aparición en la carrera de premios norteamericana también me ha hecho muy feliz) no terminó con el fin de los títulos de crédito, sino que siguió en múltiples y estimulantes conversaciones y debates con diversos amigos, convirtiéndose en la película sobre la que más he dialogado este año. En una situación similar está Civil war (Alex Garland), de cuyo apasionamiento me hicieron partícipe fotógrafas y lectores de Susan Sontag.
Con una estructura similar a Aniquilación, pero prescindiendo de metáforas, Civil war es una adrenalínica y sugerente road movie que me mantuvo tenso de principio a fin. Con una limpieza de la imagen similar a los anteriores trabajos del director, la cinta imagina un inminente conflicto bélico endógeno en Estados Unidos (con numerosas resonancias a la actualidad, a pesar de lo aparentemente apolítico de la propuesta), para proponer una reflexión sobre la violencia y su representación (fotoperiodística). Los creíbles personajes protagonistas, un grupo de periodistas de guerra de camino a Washington para hacer al conflictivo presidente la que probablemente sea su última entrevista, representan dos caras de su profesión: la adrenalina autodestructiva y la apática insensibilización ante la saturación de imágenes de la crueldad, el sufrimiento y el duelo.
Dado el interés del largometraje en estas cuestiones, me fue fácil poner la lupa sobre cómo representa Garland la violencia, y darme cuenta de que la crítica antibelicista del realizador se articula a través de trepidantes escenas de acción con un trabajo inusual con el sonido y la música que, al más puro estilo de La chaqueta metálica o Apocalypse now, convierten en grotescas las muestras de heroicidad. Set pieces musicales interrumpidas, haciéndose el silencio, por la crudeza de las fotografías en blanco que saca la protagonista, y que dan cuenta de la crudeza y el sinsentido de la guerra. Especialmente sobrecogedor me resultó el cameo de Jesse Plemons en la secuencia más angustiosa del filme.
Civil war podría hacer una perfecta doble sesión con Los malditos (Roberto Minervini), una realista reconstrucción de un capítulo la Guerra Civil norteamericana que se distancia de cualquier espectacularización, pero sobre todo con la chilena Los colonos (Felipe Gálvez), dada su interesante y diversa presentación de la violencia (por un lado, la explicitud más desagradable, por el otro, el testimonio verbal más traumático y sugerente) y sus semejanzas con Apocalypse now en tanto viaje hacia el abismo y el horror. Pero la cinta de Gálvez se puede poner también en diálogo con otros trabajos recientes, como Blanco en blanco (Théo Court) o Bacurau (Kleber Mendonça Filho, Juliano Dornelles), en su utilización poscolonial y subversiva de la iconografía del western para denunciar y desmontar la mitificación del genocidio a la población indígena.
Un ejercicio revisionista que se acaba por concretar, en la última parte de este largometraje capitular, en crítica rotunda al enraizamiento de la construcción del estado y la nación chilena en un feroz exterminio. Crítica que se hizo especialmente pertinente en un momento en que se discutía la constitución de Chile. Con una estructura fascinante, la película deja para el final su imagen más memorable y políticamente combativa: el primer plano del rostro de una mujer, de mirada desafiante, que se niega a integrarse y complacer a quienes la han oprimido hasta el momento.
Frente a Civil war, no en todos los debates con amigos sobre el cine de 2024 se dio una plena sintonía. Igual que con The substance me replanteé lo contraproducente de reproducir la hipersexualización que se crítica o la pluralidad de reacciones posibles al desmesurado desenlace, con Eight postcards from Utopia (Radu Jude, crítica completa aquí) entendí que no todos somos capaces de aguantar sin extenuarnos el ritmo imparable con que se suceden los numerosos anuncios que conforman el filme. La más hilarante obra del siempre interesante Radu Jude, codirigida con el filósofo Christian Ferencz-Flatz, es un vertiginoso collage de la publicidad que apareció en las televisiones rumanas desde la revolución de 1989 que dio fin al gobierno de Nicolae Ceausescu, hasta la crisis de 2008. El largometraje está dividido en 8 fragmentos con descriptivos títulos (“El dinero habla”, “La revolución tecnológica”, “Espejismos mágicos”, etc.), en los que, a través del audaz, irónico y mordaz montaje de Catalin Cristutiu, se reflexiona sobre cuestiones como la hiperbólica, irreal y exaltada representación de los cuerpos y las sensaciones en la publicidad. O sobre la incentivación comercial de relatos de normatividad, de determinados patrones conductuales según el género y la edad. O, muy especialmente, sobre la historia de Rumanía.
“No me gustó nada la de los anuncios”, me increpó un conocido, en una cola del Festival Internacional de Cine de Xixón. Comentario que despertó la reacción de incredulidad de una señora que preguntó indignada: “¿te la recomendó él?”, mientras varias personas negaban con la cabeza, decepcionadas. Fue curiosa la distancia entre el matinal pase de prensa y acreditados, donde las carcajadas no cesaban, y las sesiones de la tarde, en que hubo estampidas de gente saliendo de las salas y viscerales rechazos por parte de numerosos colegas. ¡Vivan todas esas conversaciones que me hicieron dudar acerca de mi perspectiva!
Conversaciones que fueron comunes en el FICX, el certamen en que me sentí más y mejor acompañado de todos a los que pude asistir. Allí vi por segunda vez la sobresaliente Harvest (Athina Rachel Tsangari, crítica completa aquí), brillante adaptación de la novela homónima de Jim Grace que cuenta la historia de una comunidad agrícola que se verá trastocada por la llegada de un cartógrafo y de un grupo de extranjeros, a quienes se acusa infundadamente de un incendio que ha tenido lugar en el establo del pueblo. Situándose entre el relato coral del fin de una comunidad y el arco individual del antiheroico y ambiguo personaje de Walter (Caleb Landry Jones), la película disecciona con precisión un proceso de aculturación y expropiación moderna del mundo rural, vinculándolo a la aparición del capitalismo, a la xenofobia y al patriarcado. Y, a pesar de que, por momentos, dado el detallismo del diseño de vestuario y de producción, parezca que estamos ante un retrato etnográfico de los ritos, costumbres y trabajos de un pueblo real, la atemporalidad del relato (enfatizada por los contrastes lingüísticos) se impone, y apunta a la vigencia del discurso en la actualidad.
De Harvest me deslumbró la dirección de fotografía de Sean Prince Williams (realizador de The sweet east), en celuloide y con luz natural, nos envuelve en una atmósfera extraña, inquietante y evocadora, entre el sueño y la pura fisicidad, sensorialidad y tactilidad, en que tan bellos son los tableaux vivants de la naturaleza, como los primeros planos de los rostros de los protagonistas (con apasionantes juegos de miradas) y los simbólicos planos detalles de insectos. También me apasionó como la directora logra presentar una voz altamente personal a la par que su obra es tan fiel a la novela original de Grace (incluyendo citas textuales a través de la voz en off), como -en su análisis punzante, determinista y pesimista de las relaciones de poder- a la nueva ola de cine griego que la propia Tsangari impulsó produciendo los primeros largometrajes de Lanthimos. Y, por último, me hizo ilusión descubrir que mi entusiasmo era compartido por las amigas con quien vi la cinta.
También salí(mos) encantado(s) de la proyección matinal del drama islandés When the light breaks (Rúnar Rúnarsson), una desoladora estampa del duelo y el dolor de una mujer incapaz de expresarlo, perfecta en su estructura y ejecución. La premisa ya estremece: Diddi promete a Una, su amante secreta, cortar con su novia Klara para poder hacer pública su relación. Mas su muerte en un accidente de tráfico interrumpe sus planes y obliga a Una a silenciar su angustia y rencor ante la presencia de Klara, merecedora de todas las condolencias.
La sinopsis, con todo, se queda corta para expresar la conmoción extrema que sentí viendo el filme, gracias a una milimétricamente planificada (a la par que contenida) puesta en escena que exterioriza con solvencia las dimensiones de esa herida que Una no puede dejar de ocultar y disimular. Obligada a consolar sin poder ser consolada, Una queda incomprendida y aislada en evocadores planos generales, que se contraponen a los invasivos primeros planos del rostro desgarrado y lleno de matices de una excelente Elín Hall. Difícil fue no derrumbarme cuando, entre tanta desgracia y represión, la luz empieza a irrumpir.
Cómo olvidar ese emocionante y catártico baile, cercano al abrazo en la playa de la Roma de Cuarón, en que Una empieza a desvelar sus cartas. O ese momento en que, a través de un efecto óptico, Rúnarsson logra hacernos volar desde la sala de cine. O ese impresionante, abstracto, circular y trascendente final abierto que, con la etérea partitura del “Odi et Amo” de Jóhann Jóhannsson, me dejó temblando durante parte de los títulos de crédito.
Sin embargo, no fue este mi final favorito en una película de 2025, sino que tal honor ha de recaer en otro largometraje que cuenta con un trío protagonista y la represión como tema central: Challengers (Luca Guadagnino). El espectacular partido de tenis con el que se cierra la calculadísima cinta del director italiano crea una tensión casi insostenible, propone una coherente conclusión al arco de los personajes altamente satisfactoria y exhibe un admirable virtuosismo formal, con planos inauditos (un plano subjetivo desde la perspectiva de la pelota que se transforma en cenital, estetas cámaras lentas de planos detalles del cuerpo de los competidores, imágenes desde debajo del suelo de la cancha, etc.).
La disfrutona dirección de Guadagnino vuelve a brillar a la hora de transmitir con asombrosa claridad visual las dinámicas y psicologías de sus imperfectos personajes, de los que nos encariñamos alternativamente en un enganchante peloteo empático, al que contribuyen las estelares interpretaciones de Zendaya, Mike Faist y, especialmente, Josh O´Connor (en un papel antagónico a la melancólica introspección de la lírica y cálida La quimera, de Alice Rohrwacher). El guión de Justin Kuritzkes y el montaje de Marco Costa saltan con habilidad de una temporalidad a otra para dosificar la información y contextualizar lo que se juega en un partido en que cada gesto está cargado de significado. La enérgica e icónica banda sonora techno de Trent Reznor y Atticus Ross aparece inesperadamente, en varios momentos, para equiparar las dinámicas relacionales con las competiciones deportivas. Todo en Challengers funciona como un reloj para crear un filme que, rezumando sensorialidad, confirma que la fuerza obsesiva del deseo es uno de los intereses fetiches en el cine de Guadagnino. Ardo en deseos de ver Queer.
No todo el cine que me encandiló este 2024 lo vi acompañado. De hecho, una de las obras que más me estimuló y sobre la que más reflexioné (para redactar, con vértigo y mucha atención, uno de mis primeros textos para pezlinterna) la vi en la televisión de mi casa, gracias al Atlántida Film Fest de FILMIN. Se trata del fascinante díptico portugués formado por Mal vivir y Vivir mal (João Canijo, crítica completa aquí). Si Mal vivir retrata tres jornadas en la vida de las cinco mujeres que dirigen y trabajan en un decadente hotel, Vivir mal relata episódicamente los sucesos que, en ese mismo periodo de tiempo, protagonizan los huéspedes, personajes secundarios del primer largometraje. El estimulante experimento funciona gracias a un preciso guión, unas calculadas interpretaciones, una milimétrica localización de los objetos y actores en el espacio y un impresionante diseño sonoro que permiten identificar al espectador qué acciones están sucediendo simultáneamente en todo momento.
Mal vivir me impactó y dolió en la rigurosidad con la que transforma la disfuncionalidad (y su derivada incomunicación, infelicidad y soledad) en forma cinematográfica, recordándome por momentos al cine de Lanthimos, Aftersun (Charlote Wells), Safe place (Juraj Lerotic) o Monica (Andrea Pallaoro). Vivir mal, adaptación libre de tres piezas teatrales de August Strindberg, me entretuvo en su tono melodramático más exagerado, liviano, anecdótico y caricaturesco que Mal vivir, emocionándome especialmente el último episodio de la antología. Pero lo verdaderamente interesante de la propuesta de Cãnijo es el diálogo entre ambos filmes, sus rimas y contraste. Nexos y desencuentros que me posibilitaron interpretar el díptico como una reflexión sobre la desigual situación entre los trabajadores del sector turístico y los pasajeros visitantes, a la hora de lidiar con sus respectivos dramas existenciales.
Y llego al final de este lista con una obra maestra que vi en la Tabakalera de Donosti, en una de las sesiones menos abarrotadas de todo el festival. Mis expectativas eran altas, a raíz de la recomendación entusiasta de un amigo, pero nada me podía hacer esperar el arrebatamiento que sentí al ver la alucinante Pepe (Nelson Carlo de los Santos Arias, crítica completa aquí), una barroca, rizomática, original y bastarda muestra de cine decolonial que creció en mi interior con el paso de cada semana. Un hipnótico y muy divertido ensayo experimental basado en la historia de Pepe, hipopótamo que escapó de la Hacienda Nápoles (Antioquía, Colombia) de Pablo Escobar y fue asesinado en polémicas circunstancias.
La profunda, cacofónica, sabia y poética voz de Pepe, entre la onomatopeya y los idiomas mbukushu, español y afrikáans, nos guía a lo largo de la historia de su vida en busca de una respuesta a la pregunta de por qué está muerto. La respuesta que ofrece el largometraje tiene que ver con esa condición de Otro radical y anormal que le une, en tanto oprimido y marginado, a los esclavos transportados desde África hacia el Nuevo Mundo, a las víctimas de genocidios coloniales, a los obreros bajo las órdenes de Pablo Escobar, a la población pobre de Estación Cocorná. Pero que también le separa, en un sistema en que, frustrados, los más desamparados parecen condenados a desarrollar un discurso inteligible y respetado solo cuando se oponen violentamente a una alteridad más recóndita y monstruosa.
Evitando caer en este mismo problema, Nelson Carlo de los Santos Arias, realizador, productor, guionista, montador, director de fotografía, compositor y diseñador del sonido de la cinta, rompe con la centralidad de la alteridad en la articulación de la narración. Para ello, se sitúa siempre en el límite. Entre la verdad del caso real en que se inspira y el ejercicio de la imaginación más desbordante. Entre el documental y el sueño; la palabra y el ruido ininteligible; la oralidad y la transmisión no verbal. Entre el retrato de la comunidad de Pepe y el del tejido social que hizo posible la desgracia (de transportistas a pescadores y cazadores). Entre lo cotidiano y lo insólito; la seriedad y lo juguetón; la concentración conceptual y la relajación narrativa. Entre un género cinematográfico y el otro. Porque Pepe fluye, con sorprendente desparpajo, del idílico y preciosista documental de animales, al natural horror; de la denuncia social más inesperada, al cine de acción más vibrante; del drama costumbrista, a la hilarante comedia negra; de la lúdica e impulsiva experimentación audiovisual (con cambios de formato, color, etc.), al meditado y reflexivo soliloquio filosófico (antropológico, sociológico, histórico, lingüístico y biológico). Todo desde la heterodoxia y la impureza fílmica más subyugante.
Empezamos con The brutalist y acabamos con Pepe. Si The brutalist me despertaba admiración distanciada y me paralizaba y apabullaba en su abrumadora magnificencia, Pepe me provoca alegre apasionamiento e incentiva mi reflexión, más allá de la pasiva contemplación. Si, con su superioridad inapelable, The brutalist me demandaba adoración asimétrica, Pepe, en su espíritu lúdico, permite ser abordada desde el juego. Si The brutalist era una epopeya más grande que la vida misma, Pepe es una obra habitable, en la que y con la que perderse. Si The brutalist reivindica un clasicismo pretérito, Pepe, impura y heterodoxa, resiste ante los modos convencionales de narración. Si The brutalist es cine “del que ya no se hace”, Pepe es una obra plenamente original que solo se podría dirigir ahora. De tener que elegir, me quedo con Pepe.
Y hablando de elegir, termino este artículo compartiendo un top con mis 25 películas favoritas del año, en formato vídeo. El orden podría ser este u otros muchos. Siempre es tan difícil escoger…
Menciones especiales
2024 ha sido un año cinéfilo repleto de alegrías. No puedo dejar de nombrarlas en forma de unas cuantas menciones especiales. Desde el extraordinario collage-autorretrato de Leos Carax en el mediometraje C'est pas moi, hasta el gozoso y subyugante festín de hallazgos audiovisuales de El jockey (Luis Ortega). Desde la intimidad testimonial del documental estonio Smoke sauna sisterhood (Anna Hints), hasta la expresiva inventiva y la creativa deformación del mundo de Pobres criaturas (Yorgos Lanthimos). Desde las significativas escenas de sexo de Tesis sobre una domesticación (Javier Van De Couter), hasta la ligereza profunda de las variaciones sobre el amor de Tres amigas (Emmanuel Mouret). Desde la artificiosidad sincera como camino para la genuina conexión en Sobre todo de noche (Victor Iriarte), hasta las sentidas coreografías de Slow (Marija Kavtaradze), la Laurence anyways de la asexualidad. Desde el bucolismo anti-trabajo de la mutante Los delincuentes (Rodrigo Moreno), hasta la desarmante ternura que aparece en un apático entorno en la muy moderna La imagen permanente (Laura Ferrés). Desde la calidez de The holdovers (Alexander Payne), hasta el rotundo ejercicio político de identificación secundaria de la dura To a land unknown (Mahdi Fleifel). Desde los cameos de los investigadores de El pequeño Quinquin en la paródica L´empire (Bruno Dumont), hasta la loca y semi-animada reinvención del cartoon en Hundreds of beevers (Micke Checklist).
Desde la (muy completa) exploración del original concepto de la cómica sátira Dream scenario (Kristoffer Borgli), hasta la repentina aparición de Adam Pearson en la divertida A different man (Aaron Schimberg), punzante indagación sobre la identidad, la belleza, la normalidad o la creación artística. Desde las reflexiones sobre la representación de Las cuatro hijas (Kaouther Ben Hania), hasta el (probablemente) inintencionado cuestionamiento de las convenciones familiares heteronormativas gracias al atractivo experimento formal de Here (Robert Zemeckis). Desde el diálogo con la filosofía de Stanley Cavell y Kierkegaard de la irresistible Volveréis (Jonás Trueba), hasta la decisión de presentar un argumento epistemológico a través de un esquemático relato del apasionado primer amor en What Mary didn't know (Konstantina Kotzamani). Desde la transparente y amable meditación sobre la muerte de Super happy forever (Kohei Igarashi), hasta la naturalista e inteligente crítica a la rutinaria precariedad laboral de On falling (Laura Carreira). Desde las fugas poéticas y el debate postcolonial en el metódico documental Dahomey (Mati Diop), hasta la profunda libertad de la road movie On the go (Maria Gisele Royo, Julia de Castro). Desde la paradójica y desafiante revisión de “Edipo rey” en Música (Angela Schanelec), hasta el puro y desacomplejado entretenimiento de la hitchcockiana Trap (M. Night Shyamalan).
Desde las diversas y divertidas performatividades de Glen Powell en Hit Man (Richard Linklater), hasta las huracanadas interpretaciones de Marianne Jean-Baptiste en la tridimensional Hard truths (Mike Leigh) y de Renate Reinsve en la intrigante e impactante Armand (Halfdan Ullmann Tøndel). Desde la dirección de fotografía del cuento ecologista Salvajes (Claude Barras), hasta el brillante montaje de esa inventiva mezcla de política y jazz llamada Soundtrack to a coup d 'Etat (Johan Grimonprez). Desde el uso del efecto Rashomon en Monster (Hirokazu Kore-eda), hasta los montages del paso del tiempo en la epatante Godland (Hylnur Palmason). Desde la consolidación del sugerente lenguaje cinematográfico propio de Dea Kulumbegashvili en April, hasta la maestra dirección de Berger en el thriller Cónclave (Edward Berger). Desde los 21 coreografiados e impresionantes planos secuencia y el diseño de producción de A batalha da Rua Maria Antônia (Vera Egito), hasta los excesivos efectos visuales y la importancia del relato en Furiosa (George Miller). Desde el rico contexto histórico en que se enmarca la historia de la ambiciosa Woman of… (Malgorzata Szumowska, Michal Englert), hasta la barroca y heterogénea puesta en escena de la febril La cocina (Alfonso Ruizpalacios).
Desde la tensa espectacularidad y sensorial concisión de Dune 2 (Denis Villeneuve), hasta el efectivo y envolvente pulso narrativo de El rapto (Marco Bellochio). Desde la inteligente idea de la estupenda Last night with the devil (Cameron Cairnes, Colin Cairnes), hasta la deliciosa y juguetona historia de amor de Góndola (Veit Helmer). Desde la estampa de la necesidad de pertenencia en los personajes de la scorsesiana The bikeriders (Jeff Nichols), hasta la presentación del conflicto familiar como parábola de la paranoica y patriarcal represión política en la valiente La semilla de la higuera sagrada (Mohammad Rasoulof). Desde el juego con las home movies de Algo viejo, algo nuevo, algo prestado (Hernán Rosselli), a la multifacética radiografía de la fascinante figura de Peaches en Peaches goes bananas (Marie Losier).
Desde la calmada polifonía de pictóricos fotogramas, aforísticas confesiones y gestos esenciales de la atmosférica Fogo do vento (Marta Mateus), a la urgencia fotoperiodística de No other land (Basel Adra, Hamdan Ballal, Yuval Abraham, Rachel Szor). Desde la curiosa estructura dramática de la muy simpática Necesidades de una viajera (Hong Sang-soo), hasta el giro que convierte el minimalista y afectuoso retrato de una comunidad migrante de Blue sun palace (Constance Tsang) en un intimista, triste y silencioso duelo. Desde la desbordante energía de la almodovariana Las chicas del balcón, a la sobriedad de la muy correcta Tres kilómetros al fin del mundo (Emanuel Pârvu). Desde la adaptación magistral de “Cuál es tu tormento” que es la contenida y delicada La habitación de al lado (Pedro Almodóvar), hasta la conmovedora narración plagada de macabro humor negro de Memoir of a snail (Adam Elliot). Desde el meta-comentario autocrítico del audaz musical Joker: Folie à Deux (Todd Philips), hasta la estilística renovación intertextual del expresionismo alemán de la impecable Nosferatu (Robert Eggers).
Desde la contundencia feminista de la sutil y contenida Vermiglio (Maura Delpero), la contemplativa y precisa Good one (India Donaldson) y la sensible y cotidiana January 2 (Zsófia Szilágyi), hasta el análisis empático del ritual estadounidense en la melancólica Eephus (Carson Lund) y la anecdótica y nostálgica Christmas Eve in Miller´s Point (Tyler Taormina). Desde la solvente dinámica entre los personajes protagonistas de Crossing (Levan Akin) y Wicked (Jon M. Chu), hasta las variaciones en torno al coming-of-age de la impresionista y deconstructiva L´île (Damien Manivel), del hipnótico, plástico, lynchiano, desolador y sincero retrato de la disforia I saw the Tv glow (Jane Schoenbrun), de la muestra de realismo social y mágico Bird (Andrea Arnold), de la apasionante, turbia y ambigua Simón de la montaña (Federico Luis), de la austera no ficción Ce n´est qu´un au revoir (Guillaume Brac), de la redonda Falcon lake (Charlotte Le Bon) o de la llamativa formalmente y potente ópera prima Toxic (Saulè Bliuvaitè).
2024 ha sido un año donde me han deslumbrado secuencias como la sorprendente presentación del loable dispositivo narrativo de Every you, every me (Michael Fetter Nathansky), la imitación en el espejo en la camp May december (Todd Haynes), el homenaje cómico y surreal a Kiarostami en la estilosa Universal language (Matthew Rankin), los inquietantes pasajes en la actualidad en la romántica y estimulante La bestia (Bertrand Bonello), el corto Soft Skin (Khamis Masharawi) de la compilación palestina From ground zero, la bella escena del baile paterno-filial en la excelente Los destellos (Pilar Palomero), las (aparentes) citas al cine de Víctor Erice en la preciosista Los restos del pasar (Luis (Soto) Muñoz, Alfredo Picazo), la perturbadora e incómoda segunda historia de la irregular Kinds of kindness (Yorgos Lanthimos), el zoom out con drón de la cárcel de Reas (Lola Arias), el ambiguo final de Tótem (Lila Avilés), el idílico y luminoso último fotograma de All we imagine as light (Payal Kapadia) o las escenas de karaoke en el retrato de la alienación Animal (Sofia Exarchou) y en el vibrante melodrama telenovelesco y musical operístico Emilia Pérez (Jacques Audiard), con una derrumbada Dimitra Vlagapoulou y una intensa Selena Gómez cantando, respectivamente, “Yes, sir I can boogie” y “Mi camino”.
Y también ha sido un año donde he tenido la oportunidad de disfrutar de una ilustrativa masterclass con Carla Simón, de un honesto conversatorio con Jane Schoenbrun, de la estimulante rueda de prensa de Joshua Oppenheimer por su interesante musical distópico The end, del extraordinario y revelador encuentro con Roberto Minervini por Los malditos o de una entrevista con el jurado joven del FICX.
Definitivamente, hay muchos motivos para recordar 2024 como un gran año cinéfilo. Cruzo los dedos porque al final de 2025 pueda decir lo mismo.
Gente que lee el blog, les presento a Rotar. Nacido y criado en Asturias, un día Rotar descubrió el sitio web RateYourMusic por accidente, y desde ahí ya no hubo vuelta atrás. Utiliza los escasos momentos de tiempo libre que le permiten sus estudios universitarios en escuchar música rara, jugar videojuegos aún más raros y, en ocasiones, las dos a la vez.
Nosotros somos fans absolutos de sus recomendaciones en redes y este año le invitamos a que nos contara sobre buenos discos del 2024. Aceptó. ¡Yeii! Disfruten.
DIAMOND JUBILEE
CINDY LEE
Géneros: pop hipnagógico, pop psicodélico, rock indie
Accesibilidad: media-alta
Duración: 2h, 2 min, 9 sec
Condensa la calma de un viaje largo en coche en vacaciones.
VARIAS cosas se han quedado conmigo a lo largo de los años de las vacaciones que pasamos en el pueblo: las tardes jugando a las cartas, el sol entrando por las ventanas de madera en las mañanas, el olor a hierba recién segada, las cenas en las que todos nos juntábamos para ponernos al día. Sin embargo, algo de lo que recuerdo con más cariño son los viajes en coche y las sensaciones que éstos conllevaban: la calma de los paisajes amarillentos, el ligero aburrimiento tras las tres horas encerrado, la excitación a la ida, la melancolía a la vuelta…
Diamond Jubilee es un disco que no se anda con rodeos. Solo con ver su monumental duración de dos horas, separadas en dos CDs para facilitar su escucha, sabes que estás ante un viaje que se va a tomar su tiempo. Lo mismo se puede decir de las canciones presentes, que en su mayoría poseen ritmos y progresiones lentas, sin sentir la necesidad de apresurarse en ningún momento. Pero es precisamente esta calma la que hace que su escucha sea tan memorable.
La música de este disco suena anticuada, pero en el sentido en el que los discos inolvidables lo hacen. A lo largo de sus treinta y dos canciones, el álbum está lleno de guitarras portadoras de tranquilidad (Diamond Jubilee, Dreams of You, Government Cheque), canciones que parecen aumentar algo la marcha (GAYBLEVISION), momentos tan dulces que llegan hasta a ser algo cursis (All I Want Is You, Kingdom Come), secciones que casi rozan el ambient (24/7 Heaven)... Sin importar tu trasfondo musical, este disco tendrá al menos una canción que no te dejará indiferente.
Tal vez lo que más me gustó del disco es esa sensación de familiaridad que transmite, de que ya has escuchado las canciones del disco anteriormente. Cindy Lee ha conseguido, de alguna forma, evocar sentimientos que transcienden fronteras tanto físicas como temporales, mostrando que ha dominado el arte del rock indie.
Llevo años sin visitar el pueblo, pero la vida sigue, y está bien tener discos como estos para que nos acompañen en el viaje.
BRIGHT FUTURE
ADRIANNE LENKER
Géneros: singer-songwriter, folk contemporáneo, americana
Accesibilidad: media-alta
Duración: 43 min, 31 sec
Cuarenta y tres minutos de puñaladas al corazón constantes.
ADRIANNE no parece poder tomar un respiro. Sin entrar en su vida personal (que también es de agarre), sus últimos proyectos, Songs (2020) en solitario y Dragon Warm New Mountain I Believe In You (2022) con Big Thief, han catapultado sus habilidades como escritora a los focos, y la han cementado como una de las mejores artistas de singer-songwriter de los tiempo recientes. Era fácil esperarse que Bright Future fuera un gran disco; también era fácil esperar que fuera devastador, pero no hasta este grado.
Desde el momento en el que empiezas el disco hasta que lo acabas, los ataques al corazón no cesan. Entre Real House, la balada que abre el disco, y Ruined, la balada que lo cierra, hay doce canciones dispuestas a usar la parte de tu cerebro que procesa lo triste como saco de boxeo. La mezcla de géneros aquí presentada tampoco es ninguna broma: en un golpe rápido, el disco pasa del country y la americana (Sadness As A Gift, Vampire Empire) al piano desgarrador (Real House, Evol).
Donde el disco brilla es, sin embargo, en sus letras: la desgarradora historia de Real House, la autorreflexión de Already Lost, el paso del tiempo en Fool, el pánico por el futuro en Donut Seam… Todas las letras están escritas de tal forma que es fácil verse representado en ellas, pero manteniendo ese toque personal de sinceridad que las hace tan identificablemente suyas.
Ante todo, Bright Future desborda amor; a veces triste, a veces correspondido, y a veces cubierto de dolor, pero ante todo amor. Este disco es personal y su producción casera le ayuda, como ocurre ante un ser querido. Esa familiaridad invita a abrirse, a sentirse identificado, a llorar desconsoladamente, pero sobre todo, invita a querer, en las buenas y en las malas. Y tal vez eso sea el sentido de todo.
ARCHIVOS DE RADIO PIEDRAS
NICOLÁS JAAR
Géneros: radio drama, música electroacústica, sound collage y un larguísimo etcétera
Accesibilidad: muy baja
Duración: 3h, 21 min, 16 sec
Posiblemente el disco en español más rompedor e innovador hasta la fecha.
DESDE su aparición en 2011 con Space Is Only Noise, se sabía que Nicolás Jaar era alguien especial. Con aparente facilidad, Jaar siempre ha sido capaz de mezclar la electrónica más experimental con la más bailable, hecho que sólo reafirmó con su estelar producción en Magdalene (2019), el disco de FKA Twigs, que le puso bajo los focos después de que recibiera numerosos elogios y múltiples nominaciones a varios premios. Sin embargo, en estos últimos años, Jaar parecía haber desaparecido no sólo de los estudios, sino que también de la faz de la Tierra. Ahora sabemos por qué.
Con una monolítica duración de casi tres horas y media, Archivos de Radio Piedras se postula como una de las obras más originales de lo que va de siglo. A pesar de su designación como “disco”, ante nosotros se encuentra en realidad un radio drama, que inicialmente se transmitió por Telegram de forma episódica, el cual nos llevará a un futuro cercano post-apocalíptico en el que la mayoría de tecnología moderna ha dejado de funcionar por la acción de un grupo llamado “Las 0cho”. En él, atenderemos al programa de radio de R y Z, nuestros protagonistas, mientras recuerdan a su amiga Salinas Hasbún (nombre formado por los apellidos de las abuelas de Jaar), la cual desapareció misteriosamente dejando un legado de obras por el camino.
Con el desarrollo de la obra, se abren preguntas que se quedan sin cerrar, se entrelazan los géneros, las subtramas y en ocasiones hasta los idiomas (por suerte, la web de Jaar tiene una transcripción a español de todo el diálogo de la obra). Hace también referencia a eventos tanto ficticios como reales, chilenos e internacionales.
La narrativa del radio drama por sí sola es capaz de mover montañas (quiero destacar especialmente las conversaciones de la “obra de arte” entre los episodios 2 y 3, el minuto de silencio del final del capítulo 4, y los comunicados de las 0cho). La capacidad de inmersión que le llega a aportar al disco es el santo grial que muchos otros artistas, músicos o no, llevan años luchando por conseguir.
Si bien no es la primera vez que un álbum intenta desarrollar una historia en formato de radio drama (véase Superflat en 2017, de C’est La Key), esta es —a mi conocimiento— la primera vez que se hace con una producción tan profesional. Lo que hace Jaar aquí es revolucionario. Este tipo de discos son los que se usan para marcar un antes y un después en lo que es posible hacer en el medio. Lo único que nos queda es esperar a ver con qué nos sorprende Jaar en un futuro.
SOLO POSTRES
RAMPER
Géneros: post-rock, slowcore, folk español
Accesibilidad: baja-media
Duración: 1h, 8 min, 24 sec
Los pedales y los efectos se entremezclan con el folclore español.
ESTE era difícil de vérselo venir. Se sabía que Ramper apuntaba maneras desde su debut, Nuestros mejores postres (2020), pero el impacto que el grupo granadino iba a tener en la escena del post-rock internacional sólo podía ser esperado si se predecía que su segundo disco sería una obra descomunal, de esas que dejan mella y resuenan con fuerza. Precisamente eso es lo que tenemos aquí.
Cada una de las siete canciones de este disco nos lleva por una odisea de magnitudes bíblicas, en las que el post-rock más anglosajón se infunde de elementos del folclore español: ritmos y vientos que recuerdan a marchas de procesión, letras que podrían estar extraídas de la poesía más gótica de Bécquer, la melodía de “Vamos a contar mentiras” disimuladamente oculta en Día estrellado… todo ello amarrado entre los componentes tradicionales del género del post-rock (guitarras con el delay y la distorsión al máximo; la progresión pausada de las canciones, elemento a elemento; la duración colosal de las canciones).
Es complicado quedarse con un momento en específico del disco, pues todas sus canciones merecen ser mencionadas, todas aportan algo a la experiencia del disco. Pero de quedarnos con una canción, tendría que ser sin dudarlo En nuestros días, pieza central del disco en la que parecen dejar de lado el misticismo y la historia creada en el álbum para tocar temas más cotidianos, y cuyos últimos cinco minutos son especialmente impresionantes.
Resulta fácil hacer comparaciones de determinados momentos del disco (a veces suenan como Swans, a veces suenan como Sevilla en verano), pero mirándolo de forma general, el sonido que Ramper ha conseguido crear en este disco es completamente único a nivel internacional, pues absolutamente todo encaja prácticamente a la perfección. No sabemos qué les deparará el futuro, pero por ahora pueden estar tranquilos sabiendo que están a la cabeza del post-rock hispano.
LIVES OUTGROWN
BETH GIBBONS
Géneros: folk de cámara, folk psicodélico, art rock
Accesibilidad: alta
Duración: 45 min, 51 sec
El ansiado retorno de una gran vocalista rellena el vacío de su ausencia.
“DESAPARECIDA en combate” sería una buena descripción de los últimos años de Beth Gibbons. Tras el lanzamiento de Third (2008) con Portishead, sus apariciones habían sido breves: algún sencillo por aquí, alguna colaboración por allá (destaca su contribución a Mother I Sober, de Kendrick Lamar). Por eso no es de extrañar que el lanzamiento de este disco, once años después de que se anunciara el inicio de su grabación, generase tanto revuelo.
A pesar de lo que sus fans más acérrimos podían estar esperando, aquí no encontramos ningún elemento electrónico ni de trip hop, de los que hicieron a Portishead un grupo tan famoso; no hay samples ni sintetizadores. no hay nada. En las diez canciones que forman el disco, no encontramos casi nada más que su voz (tan poderosa como hace veinte años) y guitarras acústicas, a veces acompañadas de algún que otro arreglo de cuerdas. Sólo eso es necesario para que este disco se erija como uno de los mejores del año, haciendo testamento a sus habilidades como cantautora.
Por lo general, mucho de lo experimental visto en sus discos anteriores se ha sustituido por una mayor refinación. Eso no quiere decir que haya desaparecido: Rewind y Beyond the Sun muestran sonidos mucho más oscuros, que aportan elementos de krautrock y americana respectivamente. Por lo general, encontramos canciones mucho más atmosféricas, entre las que destacan Lost Changes y Oceans, canciones luminosas que recuerdan a su disco con Rustin Man.
Pero donde destaca realmente el disco es en sus letras, en las que Beth reflexiona sobre su vida, el paso del tiempo, su envejecimiento y la muerte, siendo el elemento más pesado del disco y el que aporta una mayor oscuridad a su sonido, tal vez por la cotidianidad con los que los trata. Puede que ese sea el mensaje detrás del disco; aprovechar cada momento como si fuera el último. Puede que no volvamos a ver otro disco de Portishead, pero Beth Gibbons ha sabido rellenar el vacío que dejaron.
IMPOSSIBLE LIGHT
UBOA
Géneros: death industrial, ambient oscuro, noise
Accesibilidad: nula
Duración: 41 min, 17 sec
La dureza del colectivo LGBTIQ+ ante un futuro cada vez más lúgubre.
ESTE año ha sido particularmente duro contra el colectivo LGBTIQ+. Los bulos han sobrepasado a las noticias reales, los derechos han retrocedido de la mano del avance del fascismo y la aceptación de ciertos sectores del colectivo está bajo mínimos. Todo esto, cómo no, se ha visto sustancialmente agravado por el resultado de las elecciones en EE.UU. Que Dios nos ampare.
A estas alturas, casi sobra decir que la gente del colectivo trans se ha llevado la peor parte: su uso por parte de grupos de ultraderecha como chivo expiatorio ha causado que reciban violencia de forma desproporcionada, aumentando los casos de ataques y/o abusos a niveles alarmantes.
En medio de este clima de horror entra Uboa, el proyecto de Xandra Metcalfe. Viniendo de ella, ya nos podíamos esperar un disco difícil de escuchar: su anterior proyecto, The Origin of my Depression (2019), que narraba su forcejeo con su propia identidad de género y su transición, consiguió erigirse como uno de los discos más agonizantes de la década. En cierto sentido, este nuevo disco no es más que una mejora de los elementos ya presentados en su anterior trabajo, al punto de que la propia Xandra los describe como “discos hermanos”.
Impossible Light presenta muchos sonidos ya vistos anteriormente, pero con capas y capas de refinamiento, a veces más sutiles y a veces más sustanciales. Entremezcladas con el sonido metalero de voces gritonas y guitarras pesadas, encontramos las secciones de drone que tanto caracteriza al proyecto de Xandra, con capas y capas de ruido de fondo (Phthalates) que, según progresan las canciones, empiezan a pasar a primer plano hasta volverse el elemento principal de las canciones (Weaponised Dysphoria). Todo esto, en conjunto con el sonido ya de por sí opresivo de los pasajes de metal (Endocrine Disruptor, Sleep Hygiene) hace que el disco se vuelva cada vez más constrictivo y oscuro.
Pero hay luz al final del túnel, siempre la hay. Impossible Light/Golden Flower, la última canción del disco y la más larga, cambia completamente el sonido, desplazándolo más hacia el dark ambient con la introducción de una caja de música como instrumento principal. Aunque su letra tiene toques agridulces (sobre todo el verso final, que es de esos que se te graban a fuego en el alma), esta canción hace algo especial: cierra el disco recordando que, a pesar de lo desesperanzador que pueda parecer el futuro, siempre hay que tener esperanza porque éste sea mejor.
GODSPEED YOU! BLACK EMPEROR
Géneros: post-rock, música de cámara, drone
Accesibilidad: baja-media
Duración: 54 min, 12 sec
sin título ; a 10 de diciembre de 2024, 44.786 muertos
PODRÍAMOS afirmar que Palestina está actualmente viviendo su tercera nakba, término árabe que se puede traducir literalmente como “catástrofe”. Desde el inicio del genocidio palestino en 2023, aproximadamente 45.000 palestinos han sido masacrados, la mayoría mujeres y/o niños. Se estima que más de la mitad de edificios de todo el país han quedado reducidos a escombros; entre ellos, más de 450 instalaciones de salud; mezquitas que tenían milenios de antigüedad, como la de Jerusalén; y casi todas las universidades del país, en lo que algunos expertos han denominado "escolastidicio".
Lo poco que sabemos a día de hoy de los crímenes de guerra que se cometen en Palestina nos llega de manos de ambos gobiernos, pues las fuerzas militares israelíes han asesinado a 160 periodistas desde el inicio del genocidio. Clasificar esto como catátrofe es, ante todo, quedarse corto.
En medio de este desastre entra Godspeed You! Black Emperor, banda legendaria de post-rock que ya había tocado conflictos relacionados con este país, dispuestos a reflejar sus emociones en un disco. De primeras podrías pensar que este disco refleja terror, pues GY!BE ya ha demostrado ser experta en causarlo (véase F#A#∞ en 1997); sin embargo, más que eso, lo que encontramos en las seis canciones es una sensación incontenible de devastación.
Todos lo que caracterizaba al GY!BE antiguo se encuentra mucho más diluido: las secciones de ambient y drone son mucho más largas y difusas, los crescendos épicos se han reducido al mínimo, la batería está más presente pero se encuentra mucho más enterrada en el mixing… Todo ello contribuye al derrotismo representado a lo largo del disco, que se vuelve más oscuro con cada canción que pasa. Los fans a largo plazo de la banda podrán identificar momentos similares a los de sus discos anteriores, especialmente a Yanqui U.X.O. (2002), pero mucho más suave.
Gran parte del sonido del disco se debe a GY!BE admitiendo volver a sus orígenes, aunque los fans de sus trabajos más recientes también verán elementos de éstos, especialmente en las secciones de drone.
Podríamos dividir el disco en dos mitades (aunque algo difusas), siendo la segunda mucho más lúgubre que la primera. Eventualmente, según avanza el disco, vemos cómo el sonido se oscurece cada vez más, especialmente en la pieza central BROKEN SPIRES AT DEAD KAPITAL.
Pero a pesar de todo, a pesar de su devastadora segunda mitad, a pesar de las guitarras tristes, a pesar de las secciones largas de drone, un sentimiento permea el disco: esperanza. Este disco chorrea esperanza lo mires por donde lo mires: en cada crescendo, en las guitarras de SUN IS A HOLE SUN IS VAPORS, en el poema que actúa como interludio de RAINDROPS CAST IN LEAD, en todo hay gotas de esperanza que terminan formando un río.
ULTRALÁGRIMA
ULTRALÁGRIMA
Géneros: coldwave, synthpop
Accesibilidad: alta
Duración: 43 min, 8 sec
A veces buscas discos, y a veces los discos te encuentran a ti.
ENCONTRAR música nueva a veces puede ser difícil, especialmente porque con cada año, tanto el underground como el mainstream parece estar más y más saturados de lanzamientos, al punto de que mantenerse al día es una tarea prácticamente imposible. Este disco no lo encontré yo, sino que unos amigos me lo recomendaron diciéndome que “era de mi estilo” y muy seguramente me gustaría. No se equivocaban.
Ultralágrima había pasado por debajo de mi radar, grupo formado por Ignacio López (de Margarita Quebrada) y Marco Henri (de Tarara!). Este disco toma la forma de un día de tormenta constante, sin casi ningún atisbo de color. Las letras, a veces bajo capas de efectos y autotune, aportan una mayor sensación de derrotismo al ya de por sí afligido sonido del disco.
Algo de lo más interesante es la variedad estilística con la que tocan la tristeza; a veces con tambores de breakbeat (500 Balas), a veces con distorsión ruidosa (Donde Tú Estás), a veces con la simpleza del piano (Cuando Te Duele El Mundo) y a veces con guitarras lo-fi (FLP). La tristeza es tal que también se halla omnipresente en los interludios del disco, tres de ellos instrumentales (16.12.22). También resulta interesante ver la mezcla de sonidos industriales con estructuras más identificables de pop (el uso de estribillos, la repetición de letras, etc.).
A pesar de su reducido volumen de producción, Ultralágrima ha conseguido forjarse un sonido muy propio en la escena del underground, que es ante todo personal (la adición de una demo de Cuánto Tiempo Llevas Huyendo al final del disco lo demuestra). Solo nos queda esperar a ver si mis amigos podrán recomendarme otro disco suyo en un futuro cercano.
THE NEW SOUND
GEORDIE GREEP
Géneros: rock-jazz, rock progresivo, art rock
Accesibilidad: media-alta
Duración: 1h, 2 min, 55 sec
Tras la ruptura de black midi, Greep ha sabido cumplir con las expectativas.
GEORDIE Greep tenía un peso monumental sobre sus hombros. Tras anunciar la separación de “black midi” en un directo de Instagram, noticia que pilló a todo el mundo por sorpresa, tenía ante sí una tarea de proporciones hercúleas: forjarse su propio sonido, de forma que fuera lo suficientemente diferente a sus antiguos trabajos pero sin decepcionar a los fans de éstos. Esta tarea era aún más complicada de llevar a cabo si tenemos en cuenta que “black midi” fue una de las bandas más laureadas de lo que va de década. Aun así, pareciendo tenerlo todo en contra, Greep intentó conseguirlo con The New Sound. Y vaya que si lo logró.
Desde el momento en el que le das al “play” hasta que termina la última canción, The New Sound nos pone en los pies de un hombre obsesionado consigo mismo, con su propia imagen y lo importante que es, mientras que en realidad está constantemente escondiendo sus propias inseguridades. En cuanto al “nuevo sonido” no tiene mucho de nuevo; este disco bebe mucho de la música de los años 70, cabalgando por una línea fina entre el prog de Zappa y King Crimson (Holy, Holy; Walk Up) y la música popular brasileira de Milton Nascimento (Terra, Through a War).
La locura maximalista de Greep permea el disco incluso más de lo que lo hacía anteriormente; cada segundo de este disco, incluso en los momentos más calmados y en los instrumentales, tiene capas y capas de detalles minuciosos, por lo que con cada escucha encontrarás algo nuevo. A todo esto se le suman los riffs de guitarras desquiciados y las baterías a la velocidad del rayo (especialmente notables en Blues y Motorbike), que aportan mucha potencia pero sin llegar a los niveles de ruido que hacía con black midi.
Como parece que para Greep todo eso no era suficiente, el disco llega a su clímax con The Magician, una devastadora balada de doce minutos y medio, que narra el lento pero imparable colapso mental de un hombre que ha de aceptar el final de su matrimonio, causado únicamente por su culpa. Aquí Greep saca absolutamente todos sus trucos a relucir; crescendos épicos, una batería titánica, instrumentales dignas de una obra de teatro. El resultado es, cómo no, la mejor canción de este año. El disco cierra con la sosegada If You Are But a Dream, un cover de una canción de 1942 popularizada por Frank Sinatra, que ayuda a calmar los ánimos tras la canción anterior y ata la narrativa del disco de forma magistral, si bien no le da un final feliz a su protagonista, quien termina por ceder a sus delusiones.
Es difícil ver álbumes debut con este nivel de enfoque y claridad de ideas, pero Greep ha conseguido cerrar un período artístico y simultáneamente abrir otro distinto. Solo nos queda esperar a ver cómo será su sonido en un futuro.
BRAT
CHARLI XCX
Géneros: electropop, EDM, bubblegum bass
Accesibilidad: muy alta
Duración: 41 min, 23 sec
Este año, Charli ha teñido el mainstream y el Internet de verde neón.
ES complicado hacer justicia en un párrafo al enorme impacto que ha tenido este disco en el mainstream de la música de este año. Desde su primer anuncio en febrero hasta su lanzamiento en junio, todo el mundo se subió al tren de Brat: sus fans empezaron a hacer merch personalizado con la carátula del disco, comenzaron a aparecer memes cambiándole el texto… En lo que pareció ser un pestañeo, todo el mundo era brat, todos se identificaban con el color verde neón. Todo esto, cómo no, sin mencionar la cantidad descabellada de promoción que recibió el disco: con sus numerosos videoclips y remixes, este disco recibió apoyos tanto por su propia discográfica como por otros artistas. Era obvio que el disco iba a ser un bombazo en ventas, y que el tan esperado brat summer iba a dejar de ser un concepto y pasar a ser una realidad.
Pero dejándonos de promociones: una gran parte del triunfo del disco se debe, cómo no, a su enorme calidad. No hay un solo segundo de las quince canciones que componen el disco en el que se pueda decir que la calidad decae, a pesar de su gran variedad estilística. Se nota mucho la influencia de A.G. Cook en la producción, así como las referencias a sus discos anteriores, especialmente a how i’m feeling now (2020) y a CRASH (2022) en los cortes más experimentales y los más mainstream respectivamente.
Tal vez el caos entre canciones sea lo que más entrañable hace el disco: el paso de las canciones de fiesta con la electrónica más fuerte que las restricciones del pop permiten, a las baladas de bajón absoluto, se hace sin casi ningún tipo de detención. El uso de leitmotifs y la coherencia temática del disco (el paso del tiempo, los recuerdos agridulces, su popularidad y, sobre todo, la fiesta como experiencia) también ayudan a aportar cohesión.
Es curioso que este disco sea el que ha catapultado a Charli a lo alto del mainstream, pues su disco anterior, CRASH, era mucho más pop. Parte de la razón se debe a que, ante todo, Brat derrocha personalidad; desde los conflictos más personales de Charli hasta los momentos de festejar hasta perder el conocimiento, todo el disco es identificablemente suyo. Y tal vez eso es lo que le faltaba a un mainstream excesivamente sanitizado y comercial, ese algo que este disco tiene: algo de personalidad.
MENCIONES HONORÍFICAS
NIGHT PALACE - MOUNT EERIE &
SONGS OF A LOST WORLD - THE CURE
RAZÓN: Sorprendentemente, estos discos no han entrado en la lista por lo mucho que he procrastinado su escucha —a pesar de saber que son discos que me van a maravillar—, principalmente por no haber escuchado prácticamente nada de estas dos bandas antes. Es, a día de hoy, que no me los he escuchado, a pesar de que me los han recomendado bastante.
MUERTE EN VERANO [EP] - DIANOIA &
SE ME CAYÓ LA SAL EN UN ARBUSTO - MUSGO2
RAZÓN: Ambos proyectos están hechos por personas a las que conozco y, a pesar de que son de mis discos más escuchados del año, sería imparcial añadirlos en esta lista. (Eso sí, id a escucharlos también, así apoyáis a un grupo y un artista emergente).
IMAGINAL DISK - MAGDALENA BAY &
A LONELY SINNER - SAMLRC
RAZÓN: A pesar de que ambos discos me asombraron tras escucharlos, casi no he vuelto a ellos a lo largo del año, cosa que sí hice con la mayoría de discos de la lista.